Nuestros defectos

En el momento que empiezas a ver tus defectos estos empiezan a caer como hojas secas. Y entonces, ya no hay que hacer nada más. Con verlos es suficiente. Lo único que hace falta es ser consciente de tus defectos. Con esa conciencia, empiezan a desaparecer, se evaporan. Uno solo puede seguir cometiendo los mismos errores si es inconsciente de ellos.

Cuando uno es inconsciente sigue cometiendo los mismos errores, y aunque intente cambiar seguirá cometiendo el mismo error con alguna otra forma, en alguna otra variante ¡Los hay de todos los tamaños y formas! Puedes intercambiarlos, sustituir unos por otros, pero no puedes librarte de ellos porque en el fondo tú no ves que eso sea un defecto.

Puede que otros te lo digan, porque ellos lo ven... Por eso todo el mundo se considera a sí mismo tan bello, tan inteligente, tan virtuoso, tan santo... y nadie más está de acuerdo. La razón es bien sencilla: miras a los otros y ves su realidad, pero en lo referente a ti mismo mantienes ficciones, hermosas ficciones. Todo lo que sabes de ti mismo es más ó menos un mito; no tiene nada que ver con la realidad. En cuanto uno ve sus propios defectos, se produce un cambio radical.

Por eso todos los Budas de todas las épocas han enseñado una sola cosa: conciencia. No te enseñan carácter; el carácter lo enseñan los sacerdotes, los políticos, pero no los Budas. Los Budas te enseñan conciencia, pero no conciencia moral. Esta conciencia moral es una jugarreta que te hacen otros; otros te dicen o que está bien y lo que está mal.

Te meten ideas a la fuerza, y te las meten desde que eres muy pequeño. Cuando eres tan inocente, tan vulnerable, tan delicado que existe la posibilidad de dejar huella en ti, de dejar una impresión. Te han condicionado desde el principio mismo.

A este condicionamiento lo llaman «conciencia» y esa conciencia domina siempre toda tu vida. La conciencia moral es una estrategia de la sociedad para esclavizarte.

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